La tarde en la que pude hacerme famoso en la universidad
En mi época de universitario se podría decir que tenía los días bastante bien planificados. Muy a pesar de que en anteriores historias os conté que mi vida era un desastre, no quiere decir ello que no viviese un desastre perfectamente ordenado. Dentro de ese orden, había habituado a mi cuerpo a cagar siempre después de comer. Generalmente llegaba a casa después de un arduo trayecto en autobús, a veces uno, otras veces dos. En mi hogar siempre me esperó un buen plato de comida y por norma general un yogur. El concepto de postre excesivamente dulce siempre me ha parecido de familias erráticas. Nunca fue normal terminar todas las comidas con un trozo de tarta o similar. Es normal que luego llores por los rincones como la puta gorda que eres. Un yogur de diario es algo correcto. En mi caso tenía que terminar de comerme el yogur con prisa, porque como ya os he dicho había habituado a mi cuerpo a cagar justo después de comer. O me lo comía rápido muchos días o me lo tenía que terminar llevando al váter mientras cagaba. Comer y cagar a la vez es algo interesante, pero ese tema lo trataremos otro día.
Al llegar al baño la rutina era perfecta. Prácticamente bajándome los calzoncillos ya asomaba el mojón. Me río yo de los relojes suizos. Justo después le seguía un buen combo. Cagada y pajote. La mayoría de las veces me quedaba enteramente dormido con el rabo en la mano. Me abrazada un sueño digno de un recién operado.
Ese día, el día concreto por el cual os escribo esta historia, había quedado con los colegas para ir a la biblioteca por la tarde. Yo no tenía coche, así que me convenía bastante ir con ellos que sí que tenían. Sumarme a su plan me restaba como mínimo entre tres y cuatro autobuses contando la ida y la vuelta. Me sonó el teléfono sobre las 16:15. Ya estaban esperándome justo debajo de mi casa. Y a mí me pilló justamente sentando el váter, disfrutando del retrogusto del orgasmo que acaba de tener, doblado como un yonki, todavía con la polla en la mano, como un mulo viejo al que una tetona veterinaria le acaba de sacar todo lo que tenía dentro. Salí pitando, como pude, sin pensar demasiado. Enganché la mochila con los apuntes y bajé corriendo. Nunca me ha gustado hacer esperar a nadie y menos a quien me va a facilitar un trayecto. Creo que hay pocas cosas que puedan definir a un ser humano como un tremendísimo hijo de puta. Y una de ellas es hacer esperar a quien va a recogerte en coche.
Llegamos a la biblioteca de la facultad y nos sentamos en una buena mesa ovalada junto a otros estudiantes que ya estaban allí, de los cuales no conocíamos a ninguno. Nos acomodamos, cada uno sacó sus apuntes y empezamos a intentar aprovechar las horas por aquello de sentirnos productivos. Casi a la media hora de estar allí empecé a sentir un picor tremendo. Algo inusual. Un picor justamente en mi culo, en el centro de mi ano. Así que inicié un movimiento de bullarengue cual gallina intentando empollar para aliviarme el escozor. Pero qué va. Imposible. Me picaba el culo a rabiar. Y visto lo visto no me quedaba otra que explorar la mina.
Metí mi mano con sumo cuidado, con la mirada más repartida que un cochino en una matanza y la otra mitad de mi cerebro concentrado en el tacto de mis dedos. Estaba en mitad de la biblioteca de la facultad y no quería pasar a la historia por nada escatológico, pero tampoco valoré aquella situación como para tener que levantarme e ir al aseo. No me era cómodo andar por aquellos pasillos con todo el mundo sentado y concentrado. Así que hice lo que tenía que hacer, que no era otra cosa que introducir mi mano lentamente con sumo cuidado, como ya os he dicho, manteniéndome medio acomodado en mi asiento. Pero no hizo falta llegar al epicentro del problema. Noté el pastel impregnando mis dedos sin necesidad de ir a más.
Mi cara tuvo que ser un poema. Levanté la mirada y no había nadie mirándome. Sin duda Dios estaba ahí, en ese mismo momento, en aquella facultad, en la biblioteca, justamente a mi lado. Por suerte todos guardaban la atención en sus libros y apuntes. Esa era la mía. Saqué muy poco a poco la mano de vaqueros a la espera de ver el premio que llevaba encima. No me hizo falta el contacto visual. El olor me llegó antes. Volví a levantar la mirada y nadie, un imposible, nadie me estaba mirando. Alcé mi cabeza a misma vez que toda la sala empezó a apestar a mierda. Se ve que al parecer con las putas prisas y con la relajación del momento salí del cuarto de baño sin limpiarme el culo. Tenía la mano enteramente llena de mierda.