Hoy ha sido la primera noche de verano que ha refrescado, una de esas noches mágicas que bien piden una sudadera por encima. Por ello, independientemente de cuando haya sido la primera vez que me hayas leído, debes comenzar por esta historia. La historia de un verano inolvidable. Y muy posiblemente, la historia que más ha marcado mi vida.
Me ha costado bastante acordarme del año. Soy horrible para las fechas. El caso es que rebuscando he encontrado una noticia de cuando Terra ofreció e-mails con discos duros virtuales de 50 Mb. Yo me hice uno. Creo que fue mi primer e-mail. Era el año 2001.
Por aquel entonces era menor de edad, no llegaba ni a los diecisiete años y no llevaba demasiado en esto de Internet. Me resultaba complicado el consumo de porno, desconocía las principales vías y además disponía de pocos contactos que también tuviesen Internet en sus casas. El caso es que buscaba desde algunos buscadores ya desaparecidos fotografías sobre corridas en la cara. Me gustaba el tema, creo que porque por aquel entonces las niñas de mi clase siempre decían que serían incapaces de dejarse echar eso en la cara. Mira que hay que ser guarra para decir eso. Habría que verlas ahora.
Di con una página alojada en la antigua Geocities. Espero que alguno lo recordéis. Este tipo de webs podían alojar una especie de “foro”. No era más que la concatenación de mensajes públicos uno detrás de otro. Recuerdo algunas webs que llegaban a recibir cientos y cientos de mensajes en tan sólo horas. Esta url en concreto fue el primer reducto de Internet donde encontré información sobre la Mascarilla de Cleopatra. Era lo que tenía no parar de buscar información sobre corridas faciales desde todas las perspectivas lingüistas y semánticas diferentes.
Aunque creo que lo deberíais saber todos, la Mascarilla de Cleopatra es un tratamiento estético consistente en la aplicación de semen sobre el rostro. El esperma está lleno de propiedades beneficiosas y aunque os pueda parecer extraño de un primer vistazo tan solo tenéis que investigar un poco sobre los ingredientes reales de muchas cremas faciales de calidad. De hecho, el esperma de ballena es un histórico por estos lares.
Esta web trataba el tema alejado de toda intención pornográfica, ilustrada con imágenes más cercanas a las de un actual spa. Hablaban abiertamente de los beneficios del semen humano y digo humano porque también publicaron disertaciones del semen de otros animales. En concreto le daban suma importancia al semen joven y no con ello se referían a las primeras poluciones que pudiesen tener cualquier imberbe, sino a los siguientes años de desarrollo, olvidando el primero de todos. Como cuando un médico te dice que para un análisis de orina no cojas el primer chorreón. La idea de saber que había mujeres que se ponían voluntariamente el semen en la cara mientras las niñas de mi clase clamaban al cielo no paraba de rondarme la cabeza. No es que me obsesionase, ni mucho menos, pero sí es cierto que el facial comenzó a ser uno de mis estimulantes favoritos.
A los pocos días, debido a que seguía entrando para ver si actualizaban algo, di con aquel foro al que sin saber porqué no le había prestado atención alguna hasta ahora. Me leí todos los mensajes, que eran demasiados y observé como un par de nicks se repetían siempre en todas las respuestas técnicas. Se hacían llamar Maurie y Vick. Justos esos y no otros. Así que decidí comunicarme en aquel lugar respondiendo un comentario de Maurie y para ello me identifiqué con mi nuevo e-mail de Terra.
Me olvidé por completo de aquello, del comentario quiero decir, ya que no existían notificaciones para que te enterases de cuándo te habían podido contestar y en el foro jamás me respondieron porque seguía entrando continuamente.
Fue aquí cuando mi familia me propuso pasar unas semanas en Madrid y allí que me fui. Era agosto. Hacía un calor horrible y la ciudad estaba muy tranquila. Mis familiares no tienen dónde caerse muertos, pero de sus abuelos heredaron un piso ya pagado en Alberto Alcocer y lo más importante de todo, aquella casa tenía Internet. Fue entonces cuando comprobé que me contestaron el mismo día a mi mensaje en Geocities. Habría pasado ya algo más de una semana. Iba tarde.
Lo primero que me llamó la atención es que no era ni un correo automatizado ni un copy-paste. Era en principio una explicación más profunda y detallada sobre todo lo que exponían en la web, haciéndome saber que se ubicaban en Madrid e invitándome finalmente a participar en una charla. Les contesté que estaba interesado. En principio no tenía ninguna intención de ir, además apenas dominaba Madrid y con quien me juntaba, un primo mayor que yo con novia que estaba todo el día fuera de casa, no me apetecía al menos por ahora contarle esta historia de la que siempre pensé que usaría para reírse de mí, para ridiculizarme.
Me dieron una dirección. Una de las puertas del estadio Santiago Bernabéu de la calle Padre Damián. Me dieron una hora, las 15:00. Pero no me hablaron de día. Fue entonces cuando le pregunté a mi primo si él se había corrido en la cara de su novia, a lo que me contestó que sí, pero que no solamente él, sino que en su clase era habitual que sus amigos se corriesen en las caras de otras chicas. Fue algo que me dejó bloqueado. A pesar de la poca diferencia de edad, lo primero que pensé es que en la gran ciudad la mujeres se dejaban lefar el rostro con normalidad. Algo que me hizo tomar la decisión de contestar aquel correo poniendo fecha a la quedada. Y así fue como al día siguiente, después de terminar de comer sobre las 14:00, les dije a mis tíos que iba a salir a correr, que me apetecía entrenar al calor que así estaría más preparado. Ellos me miraron con cara de loco, pero no se opusieron.
Llegué cinco minutos tarde porque le tuve que dar la vuelta al estadio entero para encontrar la dichosa calle. Os seré sincero, no estaba cachondo, pero me esperaba a una mujer adinerada, de unos cuarenta y cinco años, muy bien peinada, muy bien vestida y con un cochazo, ese tipo de MILFs que por lo general se dejan echar todo el grumo desde la barbilla a los pelos. Me paró una chica, una mujer más bien. Normal. Tremendamente normal. De infantería. Vestida con una blusa blanca y unos pantalones que parecían de trabajo doméstico. Su acento no era de Madrid. Le pregunté si era Maurie y me dijo que no, pero que venía de su parte. Fue bastante directa y ella parecía casi más nerviosa que yo. Me preguntó sobre mis hábitos alimenticios, hizo mucho hincapié sobre si consumía alcohol y me preguntó si me drogaba. Yo contesté a esas preguntas y me dio un número de teléfono. Me dijo que llamase para concertar una cita y se marchó.
Yo me quedé con una pequeña cartulina blanca y un teléfono fijo apuntado a mano. Ella tiró para un lado del estadio y yo justo para el otro. No me quedé demasiado contento con aquella primera vista y corriendo como alma que lleva el diablo le di la vuelta entera al estadio en dirección contraria para intentar toparme con ella y ver qué ruta cogía. Recuerdo que durante un momento me llegué a parar. Yo iba en chándal y no llamaba la atención, parecía que estaba entrenando series. Me paré porque se me pasó por la cabeza la idea de que ella hubiese venido en metro y yo no llevaba dinero encima. Aun así, reaccioné, me di el último sprint y la terminé viendo por Concha Espina esperando un semáforo. Así que muy discretamente la seguí.
Entró en una zona de chalets inmensos. Aquello era como traspasar una puerta a otra dimensión. Estaban ahí, al lado del Bernabéu, como si fuese un urbanización de lujo a las fueras de Majadahonda. Más tarde le pregunté a mi primo y me dijo que aquello era El Viso. Me fue muy complicado seguirla, porque apenas había coches aparcados ni nada donde poder refugiarme, pero ella en ningún momento echó la vista atrás. Se metió en un bajo, un local contiguo a una de esas gigantescas viviendas. Fue la primera vez que vi cámaras de seguridad en una casa. Empecé a pensar que me podrían estar observando por ellas, me puse nervioso y me fui.
Llegué a casa, sudando a más no poder, me di una ducha y dejé en el lavabo aquel trozo de cartulina con el número de teléfono. No iba a llamar y mucho menos desde el teléfono de mis tíos. Ya había conocido aquel primer DOMO de Telefónica que registraba las llamadas. Ni loco llamaba. En un principio pensé en las clásicas cabinas, pero no me apetecía recorrerme la para mí desconocida Madrid buscando una de ellas.
Cuando anocheció, me volví a quedar solo en aquella casa. Recordar la edad que yo tenía, para mí todo esto era una pequeña odisea en soledad en una jungla de asfalto. Decidí volver, pero estaba con la idea de que un chico esperando solo en una de esas calles de millonarios llamaría demasiado la atención. ¿Os acordáis de aquellos cigarros de mentira caseros que se hacían con polvos de talco que al soplar salía y parecía humo? Yo no fumo, así que se me ocurrió que la excusa perfecta para esperar en la calle a oscuras era fumar. La gente que fuma en la calle siempre ha tenido la tranquilidad de que están haciendo justo lo que tienen que hacer, fumar en la calle. Nadie les vigila, nadie se siente amenazados por ellos. Están fumando, es lo que hace la gente. Pegarme media hora allí de pie sin hacer nada hubiese sido demasiado receloso, en cambio, pegarme media haciendo como que fumo apostado en un rinconcito era lo más normal del mundo. Y eso hice.
Me hice uno de esos cigarrillos y con la idea muy clara de que aquella trabajadora ya estaría en su casa y nadie de allí me reconocería me fui a la puerta de aquel bajo. Mi teoría era más que cierta, nadie me miraba. Allí estaba yo, soplando polvo de talco durante la noche y dándole las buenas noches a algunos vecinos de la zona que se cruzaban sacando al perro. También fue la primera vez que vi parar marcas de coches que ni conocía, como aquel Bentley que me hizo sentir como un cateto de pueblo.
Solamente entraban mujeres. Esta vez sí, mujeronas, de las mismas ideas mentales que yo tenía en mi cabeza sobre Maurie y Vick. Algunas incluso iban de dos en dos. Tocaban aquel timbre del bajo e iban entrando. Me acerqué a uno de los ventanales donde pude observar cinco lavaderos de cabeza de esos de peluquería en un pequeño saloncito sin nadie dentro. En ningún lugar ponía nada, ningún atisbo de que allí hubiese un negocio. Ningún cartel, ninguna señal.
Me marché de allí, sobre las 22:30, cuando vi que ya no había movimiento alguno en la puerta. Me fui a casa y cené con mi primo unos filetes rusos que jamás olvidaré. Estaban buenísimos. Vimos Gladiator, peliculón.
Al día siguiente llamé a ese teléfono, pero eso ya lo contaré más adelante.