Una mosquita muerta, el MSN Messenger y unas tetas como dos cabezas de mongolo
Cuando existía el MSN Messenger una chica del instituto me agregó. Yo por aquel entonces era un chaval normal de la época, poco echado para adelante, bueno en las distancias cortas, muy bueno, pero sin demasiada iniciativa social como para generarlas. Era un tipo irregular, pero talentoso, algo así como el Guti de las relaciones sociales, como el Curro Romero de la conquista. Toreaba cuando me daba la gana, cuando realmente me apetecía, independientemente de que se me pusiese delante un buen morlaco con dos pitones bien marcados. Me sudaba la polla la vida.
Así que como os venía contando, esta chica del instituto me agregó. A mí la chica en sí me daba igual, pero de ella sí que se debía remarcar que tenía un empate de carrera de Zeppelines. Era la típica chica a la que el sujetador se lo tienen que hacer en astilleros, una mujer que empezó a conocer los dolores de espaldas antes de los quince años. Aun no habíamos cruzado palabra alguna cara a cara y apareció allí en mi ordenador con la letra de una canción de nick y un subnick donde dejaba ver su estado emocional. A mí me habían dicho que tenía novio y creyendo en el buen alma de las mujeres, pensé que su interés en agregarme estaba en que un día coincidimos con camisetas de grupos de música similares. Y parecía no estar equivocado al principio.
El devenir de la conversación se centraba en la música y en cómo eran los profesores que no compartíamos, pero al poco rato ella inició una especie de bamboleo hormonal pidiendo la misma atención que un pavo real en unos jardines árabes. Yo, desconcertado un poco por todo aquello, creyendo que las personas respetaban el valor de la lealtad y que habían desarrollado responsabilidad emocional con ese novio que me habían adelantado, no entendía nada de aquello.
Mientras tanto, en otra conversación anexa, hablaba con mi colega, compañero de pupitre y le iba informando de lo que me estaba ocurriendo.
Illo, que la tía esta que tiene novio no hay quien la entienda. Que me está diciendo de quedar con la boca chica, pero que podemos ir con más gente si quiero, pero que si ir a un concierto. Esta quiere polla y no sabe cómo pedirla.
Mi colega se reía y se sorprendía al igual que yo porque la chavala parecía una monja. Yo seguía contestando con el mismo interés con el que hubiese podido hablar con cualquier otro chaval o chavala de música por aquella época, una época en el que no todo estaba en Napster y tejer contactos era de una de las mejores maneras de poder tener el último disco de uno de tus grupos favoritos.
Pues a ver si nos coincide un concierto. Además a esta gente también le gustan.
El concepto de “esta gente” siempre ha estado genial. Es como una manera de señalar a un grupo inconcluso teniendo solo como referencia a uno o a dos como mucho. Es una manera de excusarte en la responsabilidad común, como decirle a tu mujer cuando llegas tarde a tu casa que ya sabes cómo son esta gente, como si tú no formases parte de esa gente, como si tú no hubieses ido al puticlub y le hubieses comido el mojino a una dominicana.
En fin, que en una de estas propuestas al aire, cuando ella intuyó el más mínimo interés por mi parte, retrocedió como el lobo de mar que ha avistado presa en el agua y empezó a retirar su caña. Me la imaginé como alguien que había confirmado su plan, como si lo único que ella hubiese pretendido desde un principio era constatar si yo pudiese tener algún interés en ella, algo así como el engorde de un ego que toco demasiado los cojones de alguien que parecía no haber roto un plato en su vida. Así que yo, medio encendido por lo ocurrido, se lo empecé a copiar y pegar a mi colega a la velocidad de un chaval que lleva haciéndose pajas en Internet desde antes de la existencia de los monitores planos. Control C, cambio de pestaña, Control V, Control C, cambio de pestaña, Control V. Y para apostillarlo todo le escribí:
Esta tía se cree que por tener las tetas gordas voy a estar detrás de ella.
Y pulsé la tecla ENTER.
Fue en ese preciso instante, con la tranquilidad de haberle transmitido a mi colega toda la información, cuando pude comprobar que se lo había mandado a ella. Así que volví al Control C, cambio de pestaña, Control V y le dije a mi colega:
Mira lo que le acabo de enviar con la prisas. xDDDDDDDDDDDD
Y me quedé esperando la respuesta de ella. La de él la obtuve al momento. Risas, risas y más risas. Pero ella tardó. Tardó bastante. Y me dijo:
¿Con quién estas hablando?
Contigo.
Pero has dicho “Esta tía”, eso es que se lo querías enviar a alguien.
No, no hablo con nadie. Te lo he mandado a ti.
Pero es que has puesto que crees que quiero que estés detrás mía por tener… eso.
Sí, te lo digo a ti. Que tengo la sensación de que crees que voy a estar detrás tuyas porque tienes las tetas gordas.
No, yo eso no lo pretendo.
Pues lo parece.
¿Y que es eso de que tengo las tetas gordas?
Pues una verdad como un templo. Tienes las tetas como dos cabezas de mongolo.
Y se desconectó. Pensé que me había bloqueado. Era viernes, así que no coincidiría con ella hasta el lunes en los intercambios de clase, que solíamos salir a hacer el canelo a los pasillos.
El mismo lunes, entre la primera hora y la segunda, entre lengua e inglés, coincidimos. Se acercó y empezó a hablar conmigo. La primera vez. Sin MSN Messenger. La misma mosquita muerta que no mantenía la mirada ni a su mejor amiga en una fiesta de pijamas tomó la iniciativa para saludar días después de aquella conversación.
Así que, amados lectores, si queréis que una mujer os preste atención tan solo tenéis que resaltarle alguno de sus atributos físicos como si os pillase en una cuadra cachondos apunto de follaros a una yegua. Olvidaos de todo lo que os hayan metido en la cabeza en estos últimos años. El feminismo está matando la autenticidad más biológica de todas.